Cerro Manquimávida
Temprano en la mañana salimos con Cristian camino al Cerro Manquimávida, a unos cientos de metros tan solo de su casa y a un par de kilómetros de la mía. Alrededor de las 9 de la mañana comenzamos a subir sus casi 500 metros de altura.
Lástima que el día amaneció nublado, cuando desperté sentí un fuerte ventarron sobre mi ventana y cuando saque mi cabeza para ver las nubes, éstas cubrían completamente la cima del Manquimávida. A medida que pasaban las horas, algunas nubes se despejaron, pero para mi mala suerte, la niebla no se disipó y aun hasta esta hora el cielo tiene un tono celeste blanquecino deslavado.
La ruta es medianamente cómoda, con algunas inclinaciones altas pero por tramos de no más de cien metros. Apenas llevábamos un centenar de metros avanzado, cuando un perrito lanudo comenzo a acompañarnos, nos apuraba el paso adelantándose unos cientos de metros, luego nos venía a buscar y a repetir el proceso hasta que se nos perdió entre los matorrales y nunca más lo vimos.
A medio camino, nos encontramos con un campesino que venía bajando a caballo que nos saludo tomando su casco amarillo y su sonrisa con dientes menos. Pensaba yo en lo sufrido del trabajo de ese pobre equino, si en ciertas partes el camino es de difícil acceso por las grietas de quebradas que se crean apenas cae una lluvia medianamente fuerte, provocadas por la deforestación que dejó el gran incendio de 1999.
Llegamos a la cima, luego de rodear el cerro, alrededor de las 11 de la mañana, el lugar donde se ubica una antena de telecomunicaciones. Un viento feroz nos esperaba, mi gorro salió volando un par de veces varias decenas de metros y Cristian se congelaba del frío. Bajamos unos cuantos metros hasta donde los árboles nos cubrieran del viento y nos sentamos a tomar agua y comer algunas galletas.
Luego, mientras Cristian intentaba buscar alguna araña pollito, una tarántula chilena, me dedique a rodear la cima en busca de alguna buena toma. Las nubes jugaban conmigo, así como la niebla que se posaba por sobre el valle del Biobío.
Ya congelados por el fuerte viento, a las 12 comenzamos a bajar y nuevamente nos cruzamos con nuestro campesino amigo, saludándonos de buenas tardes esta vez. Nos detuvimos solo una vez para tomar unas fotografías de unas lagartijas verdes y rellenar nuestras botellas de agua en una quebrada vecina, una de varias que alimentan a la Quebrada Santa Elisa.
Llegué a mi casa a tomar una ducha, comer y dormir. No fue buena idea bajar los tramos rectos corriendo, la planta de mis pies aun me arde.
Galería Cerro Manquimávida, enjoy.